«… estaba buscando abuelitos rojos a los cuales encomendarme …»
Paco Ignacio Taibo II, Arcángeles, 1988
Hoy se cumplen 40 años de la masacre del 2 de octubre de 2968, aquí en México. Todos los noticiarios y periódicos han estado hablando de ello y del movimiento estudiantil que fue atacado ese día.
¿De qué escribo yo? ¿Qué puedo agregar a la historia?
Los abuelos rojos, por supuesto.
Mis hijos deben saber que hace 40 años, antes de casorio, hijos, trabajo, divorcio, mediana edad y madurez, sus abuelos eran abuelos rojos. Ellos enfrentaron cambios sociales y culturales importantes. Salieron de Chiapas, de los pueblos de provincia, y se vieron en medio de una revuelta estudiantil. Y ellos no se achicaron, enfrentaron su papel en el momento, los riesgos y dudas, y participaron.
Ellos eran, como la mayoría de los participantes, jóvenes motivados de la nueva clase media mexicana. Jóvenes los cuales veían la oportunidad de cambiar sus vidas, y lo hicieron.
La abuela fue a estudiar Química, en vez de buscar marido y quedarse en casa. El abuelo abandono la iglesia, su legítima profesión, y se volvió la oveja negra de su familia (¿oveja roja?) al estudiar derecho e ingresar al Partido Revolucionario de los Trabajadores (cuando eso era delito).
El movimiento, como a todos, los tomó por sorpresa y sin planificación. Pero se sumaron a sus compañeros y atacaron osadamente a un gobierno y una sociedad que no los entendía. Casi explotan una conejera, casi los captura la policía y el ejército, enfrentaron granaderos en el zócalo, y lo conquistaron, al menos por un par de días. Platicaron, pensaron, actuaron. Y lo mejor de todo, salieron vivos, enteros y fuera de la cárcel.
El dos de octubre, sus abuelos, entonces novios (todavía faltaban años para que yo naciera), iban a ir a Tlatelolco, a participar en el mitin. Ya habían escapado de la toma de Ciudad Universitaria, su abuela entre los tanques y su abuelo a salto de mata a través del pedregal donde 40 años después estaría nuestra casa. E iban de nuevo a la boca del lobo.
Su bisabuelo convenció a las jefas de su abuelo – que pertenecían a su iglesia -, dueñas de una librería (¡que buen trabajo!) para que lo retuvieran hasta tarde de forma que no le diera tiempo de llegar al mitin. Cuando llegó por su abuela ya estaban en las noticias los primeros reportes de la masacre.
Los cuentos que me contaban de noche, antes de dormir, no eran cuentos de hadas, Eran narraciones de héroes, tanto militares como científicos. De Madame Curie y de Anibal. De Galileo y del Che. Pero de vez en cuando, justo antes de dormirme, oía historias de como su abuelo se había escondido de los granaderos en los techos del mercado de la merced, o de como la abuela llevaba propaganda en su bolso, en el camión, mientras iba a la escuela. Y esas noches tenía sueños rojos, sueños de combate al capital, al gobierno, a la ley y sus guardianes.
Eran muy buenos sueños.
Ayer llevaron a Johnny a Tlatelolco, por parte de la escuela, para platicarle sobre el 68. ¿Mencioné que adoro el Colegio Madrid? John, no te estaban hablando de desconocidos. No te hablaban de monumentos de frio bronce. Estaban hablando de tus abuelos y sus amigos. Jóvenes como tu, con ideas y necedades. Tu y tu generación, como siempre, están sobre los hombros de gigantes.
¿La moraleja?
Son varias:
- Sus abuelos no son solo lo que ven ahora. También son jóvenes con valor e ideales. Jóvenes del 68.
- Tenemos mucha suerte. Hubo muchas oportunidades de que algo saliera mal, pero todo salio bien. Suerte de Sol.
- Es muy bueno pelear por sus ideales. Es mejor vivir para pelear otro día. Es tan importante saber cuando hay que pelear por algo, como saber cuando hay que hacer una retirada «estratégica».
- Recuerden: Todo el mundo va a ser su enemigo, y si los capturan, los van a matar. Pero primero deben capturarlos. Sean listos, y llenos de recursos, y nunca serán destruidos. Como sus abuelos.